Desde los tiempos remotos, en donde el ser humano sintió la necesidad de aparearse, creo que existen los consoladores o vibradores. Me imagino a las mujeres de las cavernas, solas, esperando a su hombre que sale a cazar por varios días; con esas ganas salvajes de aparearse y no encontrar con quien; buscando algo con que matarse los deseos ocultos de su sexo indómito; mirando con picardía todo objeto que se asemejase al falo de su macho; tal vez, encontrando en un banano, el instrumento adecuado a sus pretensiones.
Meditando con un poco de malicia indígena, pienso que los hombres también tuvieron su consolador; a lo mejor una dinosauria en etapa de crecimiento (bajita para sus pretensiones), sin dientes, sin garras, sin esa cola larga que distinguió a esta antepasada ancestral de las solípedas; imaginen al típico costeño mamaburra (con perdón de alguno de mis paisanos), con un mes de no ver carne para llevar a casa —caverna—, y sin mujer a su lado para pasar las calenturas ocasionales propias del deseo humano; y se encuentra con la María Casquitos —la burra, en este caso la dinosauria— en su camino; en ese momento, supongo, nació la idea futura de crear las muñecas inflables.
Por otro lado, pienso en mi abuela, doña muy picara y fábrica imparable de dieciocho tíos y tías, que viendo este invento moderno para la satisfacción de la mujer, seguro me diría en voz baja: "mijo, y eso con que se come?..."
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